Comentario
El término gótico comenzó a adquirir sentido positivo cuando a mediados del siglo XVIII surgieron dudas acerca del valor absoluto del orden clásico en arquitectura y, ya en el siguiente (segundo cuarto), se generalizó su uso aplicado a un periodo histórico determinado y a las construcciones levantadas durante el mismo que participaban de características comunes. Hay que subrayar que el término no se hizo extensible al campo de las artes plásticas hasta algo después.El siglo XIX descubre y se entusiasma por el mundo medieval, y con él por el gótico, en sintonía con el ideario romántico. Sin embargo, ya algunos eruditos del siglo XVIII habían apreciado la belleza de sus construcciones. Antonio Ponz es buen ejemplo de ello. Se siente subyugado por las catedrales e iglesias francesas cuando las conoce de camino hacia Inglaterra y habla con admiración de Notre-Dame de París o de la Sainte-Chapelle, entre otras, pero se muestra también orgulloso de la importancia de las fábricas españolas contemporáneas con las que a veces las compara (Toledo, Burgos, León...). Si bien hallamos en ciertos ilustrados este reconocimiento por el arte medieval, su reivindicación definitiva hay que asignarla a los románticos, aunque muchos de ellos no compartan estrictamente la misma ideología y, como consecuencia, contemplen desde distinto prisma el medievo. Es diferente, por ejemplo, la visión de Víctor Hugo (realista y creyente) de la de Prosper Merimée (teñida de inquietudes sociológicas) y, ambas, de la adoptada por el gran teórico de la arqueología francesa Viollet-le-Duc, anclado en un positivismo laico.El arte que se gesta en el periodo denominado gótico no es en absoluto homogéneo. Existen contrastes, muy acusados en ocasiones, entre unas zonas y otras de la Europa occidental. Los dos únicos lugares donde se detecta unidad en todas las artes y es factible hablar, en consecuencia, de la existencia de un modelo gótico, es en el norte de Francia y en la Toscana. En ambos casos la arquitectura y las artes plásticas tienen caracteres muy definidos y, por tanto, es fácil seguir su rastro tanto en la zona que les es propia como en ámbitos geográficos distintos a ésta. Porque si bien uno y otro modelo, a pesar de reflejar ciertas influencias mutuas, se muestran fundamentalmente impermeables entre sí, tendrán no obstante una gran capacidad de irradiación hacia su periferia. Así, el gótico francés del norte se expande hacia Inglaterra, Alemania, Hungría, Península Ibérica..., y el toscano, en su caso principalmente en el capítulo de las artes figurativas, irrumpe en la Europa central, Provenza y también en nuestra Península.Evidentemente, esta difusión se vio favorecida por la voluntad de determinados clientes que optaron decididamente por el prestigio de un arte de vanguardia frente a la tradición local, y también por la itinerancia de los artífices que ofertaban, en lugares alejados de sus puntos de origen, fórmulas absolutamente novedosas y, por ello, altamente atractivas. Aunque no conozcamos con exactitud dónde trabajó, el periplo de Villard de Honnecourt que descubre su álbum (1230-1240) es muy significativo. El arquitecto, de origen picardo, visitó Hungría y en Francia tomó apuntes de las catedrales de Laon, Reims, Cambrai, etc. Otros ejemplos pueden sumarse a éste. Es el caso del maestro de obras Guillermo de Sens, reclamado para reconstruir el coro de Canterbury en 1174, o de otro, de idéntico origen y llamado Etienne de Bonneuil, que en 1287 partió para dirigir las obras de la catedral sueca de Upsala.